No hay más.
El sábado, llegó la vuelta a la más fiel de las rutinas merengues. La remontada, la épica, la corazonada...y la película nos suena ya.
Este Madrid lleva jugando así, y ganando la liga, dos años. Pero ¿donde está el límite?
Al fútbol como a casi todo se puede ganar con el corazón, pero no siempre el corazón responde, y este invierno tiene pinta de que el sístole ya no bombea bien.
Poco se le puede reprochar a unos jugadores que siguen sacando la casta de donde no la hay. Con diez, remontada; con nueve también.
El Madrid ha roto casi todas las barreras de lo imposible en este modo, tan particular, en el que se ha acostumbrado a vivir. Y es bonito, no vayan a pensar lo contrario. Tal vez, incluso más que ganar fácil y cómodo. Perjudicial para la salud, sin duda, pero bonito. Esa heroica que roza cuando parece que todo es imposible, que otro día será, más parecido a una "Nadalada" que a algo lógico.
Lo cierto, es que en la mayoría de ocasiones, este equipo, sale airoso de estos envites. Supongo que le resulta una situación tan natural y cotidiana que no se tensa, ni se ofusca. Ni se pone nervioso en los momentos delicados, cuando los demás, como el Málaga, sí.
El Bernabéu grita, ruge, los minutos se van haciendo más largos, y el Madrid te come. De esa lección, arte y parte, nacida de las huellas impregnadas de Capello, no se vayan a olvidar, han aprendido todos. Algunos como Raúl ya la sabían. Otros como Higuaín empiezan a entenderla.
Me cuesta conciliar con los que pitan a esos jugadores. Que miren pues hacia arriba y vean el desastre que les han dejado Calderón y su trupe. Dos ligas donde no las había; créanme.
Pero bien, volvamos al principio; al "no hay más".
¿Qué pasa cuando la guapa ya no es tan guapa? ¿ni las noches son todas de boda? Pues que en la justa medida que ustedes quieran ponerle, el fútbol es irremediablemente parecido al amor. Y ahora, pasa una morena que nos llama la atención por ser muy guapa. Si quieren le pondremos Barça. Y sus noches son todas de boda, y aquel amor irracional se ha convertido en monótono y tildoso. Y por mucho que en un arrebato de coraje nos volvamos locos he intentemos recuperar lo perdido, la mañana siguiente nos devuelve al origen, a la cruda realidad. Y la realidad dice que, al menos, en este Madrid que tenemos, el amor, como titulaba aquel libro de Beigbeder, dura tres años.
Y este es el tercero.